miércoles, 11 de agosto de 2010

Contra la oscuridad


Me gasté Bs. 190 y compré los Escritos de Juventud o Jugendschriften de Hegel (FCE, 2003). A ello me impulsó un recuerdo: mientras estudiaba en la escuela de filosofía de la UCV leí una parte de estos textos primerizos en el curso que, en la jerga de la escuela, se denomina Hegel Autor. Me pareció entonces que estaba leyendo al precursor de muchos escritores posteriores que habían dejado, como se dice, una honda huella en mí: pensé en Temor y Temblor de Kierkegaard, en los aforismos anti-judeo-cristianos de Nietzsche, en el Marx de la Sagrada Familia y de la Ideología Alemana… Y sí, todo eso está presente ahí, sin duda. Pero también encontré la palabrería huera, el deliberado enrevesamiento, la imperdonable mistificación, la oscuridad mal intencionada que caracterizan al Hegel “maduro.”
Ya sé lo que mis millones de lectores van a pensar ahora: ¿Quién soy yo para llamar a Hegel “perro muerto” a estas alturas? Pues bien, admito que no soy nadie, y para demostrar que fui bien entrenado o amaestrado en la escuela de filosofía, emplearé el recurso fatal que a uno le enseñan en esa institución: citar los escritos de otra gente. Esto es lo que diferencia a un aficionado de un profesional. Este último sabe que todo ya ha sido dicho, pero quizás ignora que cada vez que algo se dice con sinceridad, es como si se dijera por primera vez (eso, desde luego, lo dijo alguien, pero no recuerdo quién. ¿Facundo Cabral, tal vez?).
Empezaré por citar a Cicerón: “no sé qué absurdo tan grande podría decirse que no lo haya dicho algún filósofo” (De adivinatione, LVIII). Siglos más tarde, encontramos la misma frase en Descartes: “no es posible imaginar nada tan extraño e increíble que no haya sido dicho por alguno de los filósofos” (Discurso del Método). Entiendo que se trata de una paráfrasis deliberada: en latín sería nescio quomodo nihil tan absurde dici potest quod non dicatur ab aliquo philosophorum. No diré que esto se aplica particularmente a Hegel, porque (según me enseñaron) soy un enano intelectual cuya edad mental no le autoriza a adelantar semejantes juicios, aunque su impertinencia se lo permita.
Respecto a los insultos a Hegel, me remito a una sección de este blog donde recojo algunos emitidos por Schopenhauer, de quien los hegelianos sin embargo pueden decir que estaba carcomido por la envidia. Se sabe que, mientras las clases de Hegel en Berlín rebosaban de estudiantes, Schopenhauer tuvo que clausurar las suyas por falta de quórum. Pero personalmente me gusta mucho más lo que dice Bertrand Russell en sus estupendos Ensayos Impopulares. Sobre todo me parece acertado calificar al famoso “sistema” de Hegel como “un fárrago de disparates” cuyo éxito entre hombres que presumen de ser más o menos racionales es realmente sorprendente. “La filosofía de Hegel es tan extraña, que nadie habría podido esperar que lograse hacer que hombres cuerdos la aceptasen, pero lo logró. La expresó con tanta oscuridad, que la gente pensó que debía de ser profunda. Puede ser fácilmente explicada con lucidez en palabras sencillas, pero en ese caso su absurdidez se torna palmaria.”
Ahí les dejo eso. Lo que sí voy a criticar es el método que se usa para enseñar autores como Kant o Hegel en la venerada escuela de filosofía de la UCV. Dicho método consiste en arrojarte, digamos, la introducción a la Fenomenología del Espíritu o a la Crítica de la Razón Pura como si fuera un trozo de carne cruda para que te la comas y te indigestes. Nunca explican quiénes eran Kant o Hegel, en qué época vivieron, cuáles fueron sus influencias, por qué escribían como lo hacían. Se quedan con la pura metafísica, con el fetichismo de la oscura traducción de textos aún más oscuros (en alemán son realmente espeluznantes). La idea es que los estudiantes somos unos débiles mentales que no podríamos vivir sin la sabiduría de los intérpretes, de los exégetas, para quienes Hegel es un tipo respetable, bien afeitado, con corbata; no un desmelenado como Marx. Es patético ver cómo han convertido a Hegel en el último refugio de los ex marxistas arrepentidos.
Concluyamos con Schopenhauer: “Quienes componen discursos difíciles, oscuros, complicados, ambiguos, es seguro que no saben bien qué quieren decir, sino que solamente tienen de ello una percepción poco clara y aún están buscando una idea; pero más frecuentemente aún lo que sucede es que tratan de ocultarse a sí mismos y a otros que en realidad no tienen nada que decir.”